jueves, 10 de enero de 2013

Rumbo Equivocado


       Desde que tengo uso de razón, en lo más profundo de mi ser, existe una idea que rebota en mi cabeza, algo que me guía siempre en cada acto, pensamiento o idea: en la vida hay cosas que no se pueden hacer, sea cual sea el motivo o la justificación.

Salimos de un año que, para la inmensa mayoría de la ciudadanía, será recordado como un annus horribilis debido al gran incremento del desempleo que nos ha golpeado y al dantesco recorte de derechos que hemos sufrido.

Cuando uno trabaja en el sector social, presenta, o al menos debe hacerlo, un perfil de sensibilidad muy desarrollado frente a las situaciones de necesidad que pasan por su vida. Cuando uno se dedica a intentar que “la gente” pueda mantener su dignidad y pueda dar solución racional a sus situaciones de necesidad, el dolor y la injusticia es algo que reacciona ante su piel, incluso en niveles ínfimos; por ello, cuando un año así pasa, no podemos más que tener la sensación de que nos ha sido expoliada la posibilidad de mantener nuestra vida dignamente.

Viviendo en un país con casi 6 millones de parados, donde la capacidad de sustentarse de sus miembros es cada vez más escasa, uno no puede más que pensar en el hecho de que su gobierno, las instituciones, tienen el deber y la responsabilidad de intentar contrarrestar esa situación y de servir de sostén ante la situación de emergencia social a la que hemos vivido. Sin embargo, parece ser que no hay nada más alejado de la realidad: estamos siendo testigos de privatizaciones cuyo único fin es el del enriquecimiento, deslocalización de empresas perfectamente rentables con la inacción de las instituciones, eliminación de derechos universales firmemente arraigados en nuestro país, como la sanidad o la educación, se están convirtiendo en subproductos comercializables donde la protección y promoción del ciudadano ya nada cuentan.

Entonces, ante todo este panorama, esa idea que ha inspirado mi vida, parece no ser para nada inviolable, parece que existen personas para las que todo se puede vender y la dignidad humana no vale un céntimo.

Cuando vemos a personajes públicos como la presidenta de Castilla La Mancha, que gana más de 150.000 € al año, pero que permite que personas pretendan sobrevivir con la miseria que consiguen gracias a una lucha incansable y con la negativa de las instituciones, sabemos a ciencia cierta que algo muy muy gordo está fallando en esto. Cuando vemos cómo se invierten ingentes cantidades de dinero público en desarrollar una empresa que, al final, decide que puede ganar más trasladándose a Rumanía a costa del empleo de los trabajadores de aquí y los derechos de los trabajadores de allí, y las instituciones no hacen nada por frenarlo, sabemos que a alguien se le olvidó meter el civismo dentro de las cabezas de nuestros dirigentes.

Mirad, no hace mucho tiempo, encontré a un hombre que no podía andar y que llevaba alimentándose tan sólo a base de latas desde hace más de 2 años; que no tenía a nadie, tan sólo a una hermana que vivía a dos manzanas de él, pero que también presentaba una situación de dependencia muy grave. Este hombre vivía en unas condiciones de salubridad muy deficientes y con el sólo hecho de prestarle Ayuda a Domicilio durante 2 horas al día para poder hacerle la comida, asearlo y limpiar un poco la casa, se consiguió que recuperara su dignidad y hoy es un hombre absolutamente feliz en una residencia donde puede contar con toda la ayuda que necesita. Y, no podemos olvidar, el Auxiliar de Ayuda a Domicilio, es un trabajador, como el personal de la residencia.

Sirva esto como ejemplo para darnos cuenta de que no se puede gobernar de espaldas a la gente, que las necesidades de las personas deben ser el elemento vertebrador de toda gestión pública y que, aún más importante que eso, toda persona que aspire a ocupar un puesto público o un cargo político, debe tener rotundamente claro el hecho de que trabaja por y para personas, y eso es un aspecto que condiciona profundamente nuestro quehacer diario. El personal político, en tanto que servidores públicos son, deben tener una fuerte vocación de servicio público, de dedicación abnegada al bienestar de sus ciudadanos, frente a cualquier presión externa. Siempre existe un modo de hacer las cosas humanamente bien.

Cuando uno se debe a las personas, sea cual sea su opción política, expulsa de su ser cualquier ambición personal y se sabe bajo la influencia de ese espíritu que debe guiarnos siempre, en cada momento de nuestra vida: las ansias de justicia social, de dignidad y de igualdad.

Por ello, este artículo pretende ser una llamada desesperada de atención a nuestros gobernantes, para que olviden sus propios ombligos y se conviertan de una vez por todas, en incuestionables servidores públicos. Debemos aprehender el espíritu de la frase que el Doctor Martin Luther King nos regaló hace muchos años y volver a creer en que podemos ganar la batalla: “Si supiera que el mundo acaba mañana, aún hoy, plantaría un árbol”.

José Miguel Delgado Trenas
Coordinador Plataforma Andaluza para la Defensa del Sistema Público de Dependencias y Servicios Sociales